2.20.2008

2046

Después de un breve cortejo de intrusiones y cachetadas, una joven prostituta de alta se entrega a su vecino. Ella no le cobra al terminar, pero él insiste. Ella le dice, “Entiendo, te da miedo que me apegue”. Entonces le acepta 10 de los 200 ofrecidos y le dice con una sonrisa, “y si quieres volver te cobraré la misma tarifa”. Juegan, se acarician, corren, ríen por indeterminado tiempo. Sólo ella se enamora. Una noche ella se las arregla para esperarlo de su viaje escondida en su apartamento. La actitud de él es defensiva: “¿Tú qué haces aquí?” Pero hacen el amor como siempre. Ella le confiesa que no le importa si él quiere tener otras mujeres. Ella sencillamente quiere dormir ahí y estar con él. Él le dice que se vaya. Despechada, ella jura no volver a molestarlo. Esa noche paga ella: le da 10 al salir y él los acepta con una sonrisa juguetona: “y si quieres volver te cobraré lo mismo”. Ella se va a dormir sola en su habitación: 2046. Hasta que logre irse de ese edificio escuchará a su vecino hacer el amor con otras.

Tiempo después él escribe una historia de ciencia ficción para una joven cuya relación a distancia con un japonés está prohibida por el padre. Se convierte en cómplice de la chica, haciéndole llegar en secreto las cartas de su amante. Se enamora de ella.

La historia: 2046 es un lugar – en el tiempo – donde la gente va a buscar sus memorias perdidas. Se dice que nada cambia ahí, pero nadie lo sabe con certeza porque de ahí nadie regresa. Pero el protagonista, viaja hasta 2046 y no encuentra a la mujer que ahí buscaba. Intenta regresar en un viaje que parece interminable. En el tren se enamora de una bella, impasible androide. Él le pide muchas veces que se vaya con él. Pero ella permanece impávida. Parece no escucharlo. Él espera, repite, aguarda, calla, repite. Ella lo mira flotando perdida en un mundo emotivo íntimo y lejano, acariciando manos invisibles, llorando lágrimas insólitas. A él le atormenta pensar que ella no le corresponde. Pasan las horas y las horas. Contra las luces imparables del tren del tiempo, se dibuja la silueta de la bella androide ensimismada por una aparente eternidad. Él entiende que su impavidez talvez no tiene nada que ver con si ella lo quiere o no. Quizás ella – piensa él – ya ama a otra persona.

El escritor envía el cuento a la joven, finalmente casada con su japonés. Ella le manda a decir que es una historia hermosa, pero que el final es muy triste. Él intenta re-escribirlo para complacerla. La pluma no logra tocar el papel después de muchas horas. Recordando a la joven prostituta que una vez lo amó se dice: “no pude escribir un final feliz: tuve la oportunidad de vivirlo, pero lo dejé pasar.”