7.25.2005

adiós, amante brújula

Querido amigo, mi compañerito de una gran vida pequeña. Mi sueño heróico era que sufrir a tu lado era amarte, que amarte de veras conllevaba el sacrificio de mí. ¿Cómo llevás la vida sin mí? Después de tanto tiempo a tu lado, vos pegado a mi flanco más tierno en ese dormir de nuestro mundo amniótico, seguís siendo un enigma para mí.
Te amé porque un día me dijiste, Te haría el amor aunque me costara la vida. Y después la que moría era yo. Porque te fuiste y te llevaste tu deseo a un lugar secreto, tan tuyo que era totalmente inaccesible para mí. Me dejaste solita, a mí, tu gatita perezosa, tu azuquita, la hermanita que nunca tuviste, tu mona risitas. Te fuiste sin decirme nada y me quedé en una playa inmensa, esperándote a ciegas, guardándome el deseo hasta que creció en mí como un tumor que me asfixiaba, que me impedía crecer, soñar. ¿Por qué me dejaste sola? Yo quería guardarte de todo lo malo, convertirme en sol para que crecieras conmigo. Luego me fui apagando.
Nuestro perfeccionismo compartido nos ahogaba, hasta ahora lo entiendo: pero en su momento nos daba vida. Compartíamos nuestras más secretas imperfecciones, nuestros más secretos miedos, pero también nos vislumbrabamos en nuestra perfección. Arquitectos de proyectos grandes y pequeños, castillos de arena, destinados a fallar. Pero yo te amaba cada día por imperfecto y por testarudo, porque no te dabas por vencido ante las fallas aunque te flagelaras.
¿Y de mi imperfección? ¿Me perdonaste? Yo aún no me perdono. Una vez me dijiste, I know you don’t believe me, but I did love you with all my heart. Yo prefiero creerte.
Y ayer hice la cuenta y entendí: te dejé por hastío, por cansancio, no por falta de amor. Aun así, el día que te dije por fin, ¿Estás seguro? ¿No vamos a buscar ayuda para remediar las cosas? Contestaste, No, it doesn’t work that way. En la sala de nuestro apartamento, ese no definitivo me pesó tanto como un muerto, un gordo infantil que colocábamos sobre un cristal muy fino. Un muerto que ha seguido suturando sus heridas en mí porque decidí hacerme la ciega, y hoy me grita que lo vea, y hoy lo lloro, y me suplica por su entierro.
Y hoy te pregunto: ¿Cómo es que funciona? ¿Cómo te figurás que nos perdimos? Tantos días de lamernos las heridas, de darnos de comer, de soñar los mismos sueños, de llevarnos de la mano, de darnos amorosas sorpresas predecibles, de enrollarnos al dormir.
Nunca fui tan frágil como a la luz de tu ternura. Suelta en el mundo, la costumbre de esa fragilidad me lacera. Años más tarde yo sigo a la deriva.

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