filial caresses
Then, in this irritable sensitivity of the soul, in this savage state of mind … he had watched the very gradual emergence of those horrifying passions that come with age, of those mature affairs where one partner is still in love while the other is already on his guard, where lassitude forces couples to resort to filial caresses whose apparent childishness seems to offer novely, and to artlessly maternal embraces whose tenderness is restful and affords, so to speak, interesting feelings of remorse inspired by some vague notion of incest. —J.K. Huysmans, À Rebours
Claro, me dijiste esa mañana, que te sentís mejor de haberte desahogado, y te va a durar hasta que tengas que desahogarte de nuevo… es que ya habíamos tenido esa conversación.
Pero es que a mí me cuesta tanto comprenderlo. En mí se mueven corrientes mudas sin que yo lo sepa. Siguen los libros abiertos, las heridas sangrando, y me gasto en los recuerdos, en las variantes infinitas de la misma historia.
Y me despertaste a media madrugada con un beso grande que abarcó toda mi boca, volcándote desde algún sueño profundo y oscuro que nada tenía que ver conmigo, algo tan enterrado que te es inaccesible. Yo recordaba vagamente el sabor de tu boca y por un segundo lo quise retener, luego te aparté con mi mano en tu pecho y te hablé. ¿Estás despierto? ¿Qué querés? Vos balbuceabas, que si querés, que si necesitás… Yo dije por dentro, no, es lo que menos necesito, de hecho no lo necesito. Sólo te dije, no, así no, así no. Te despertaste, y me pediste perdón. Te cubrías la cara con la almohada, por vergüenza y yo te dije, tranquilo, no pasa nada. No sintás vergüenza, yo también lo pensé, a mí también se me pasó por la cabeza.
Lentamente volvimos a la amable distancia-cercanía que ahora es nuestra forma de relacionarnos. Habíamos llorado mucho antes de dormir, yo más: la conversación era necesaria. Después del primer sueño y las disculpas, llegó el sueño de nuevo, y yo me sumergí, más segura que nunca, envuelta una vez mas en la incertidumbre de tus sentimientos. Tan familiar, esa red reconfortante de tu confusión que me disuelve, tu indiferencia sexual que en cualquier momento se convierte en el calor de voces y pieles indiscernibles que te hacen lanzarte sobre mí, agresivo y ajeno. En ese sueño tan querido que al fin llegó, nos fuimos acercando y acercando, dándole lugar a la ternura hasta que pude abrazarte, y tocar tu cara con confianza, e imaginar por un momento que estábamos en otra vida en la cual era a mí a quién correspondía acariciar tu vientre en gesto protector mientras dormías, guardar la punta de mi nariz en tu mejilla para olerte, armonizar de nuevo la respiración, caer en ese hueco pequeñito, oscuro, donde late, unísono y turbio, un corazón.
Dos horas más de sueño, y me desperté entera, en paz. Éramos de nuevo como hermanos.
Claro, me dijiste esa mañana, que te sentís mejor de haberte desahogado, y te va a durar hasta que tengas que desahogarte de nuevo… es que ya habíamos tenido esa conversación.
Pero es que a mí me cuesta tanto comprenderlo. En mí se mueven corrientes mudas sin que yo lo sepa. Siguen los libros abiertos, las heridas sangrando, y me gasto en los recuerdos, en las variantes infinitas de la misma historia.
Y me despertaste a media madrugada con un beso grande que abarcó toda mi boca, volcándote desde algún sueño profundo y oscuro que nada tenía que ver conmigo, algo tan enterrado que te es inaccesible. Yo recordaba vagamente el sabor de tu boca y por un segundo lo quise retener, luego te aparté con mi mano en tu pecho y te hablé. ¿Estás despierto? ¿Qué querés? Vos balbuceabas, que si querés, que si necesitás… Yo dije por dentro, no, es lo que menos necesito, de hecho no lo necesito. Sólo te dije, no, así no, así no. Te despertaste, y me pediste perdón. Te cubrías la cara con la almohada, por vergüenza y yo te dije, tranquilo, no pasa nada. No sintás vergüenza, yo también lo pensé, a mí también se me pasó por la cabeza.
Lentamente volvimos a la amable distancia-cercanía que ahora es nuestra forma de relacionarnos. Habíamos llorado mucho antes de dormir, yo más: la conversación era necesaria. Después del primer sueño y las disculpas, llegó el sueño de nuevo, y yo me sumergí, más segura que nunca, envuelta una vez mas en la incertidumbre de tus sentimientos. Tan familiar, esa red reconfortante de tu confusión que me disuelve, tu indiferencia sexual que en cualquier momento se convierte en el calor de voces y pieles indiscernibles que te hacen lanzarte sobre mí, agresivo y ajeno. En ese sueño tan querido que al fin llegó, nos fuimos acercando y acercando, dándole lugar a la ternura hasta que pude abrazarte, y tocar tu cara con confianza, e imaginar por un momento que estábamos en otra vida en la cual era a mí a quién correspondía acariciar tu vientre en gesto protector mientras dormías, guardar la punta de mi nariz en tu mejilla para olerte, armonizar de nuevo la respiración, caer en ese hueco pequeñito, oscuro, donde late, unísono y turbio, un corazón.
Dos horas más de sueño, y me desperté entera, en paz. Éramos de nuevo como hermanos.
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