7.07.2006

llegar a rio


La palabra Varig, ¿verdad que suena a vara, y verdad que suena a ver— (mejor no digo)? Bendita aerolínea, se declara en bancarrota la misma semana que mi hermana y yo viajamos. Pfff. Y nosotras ni cuenta nos dábamos.

Claro que después, ni cómo olvidarlo. Llegar a Río fue toda una odisea. El vuelo salía de Miami a las 10 a.m., así que llegamos al aeropuerto a las 7:30 a.m. ... para enterarnos de que no había servicio en el escritorio de Varig. El vuelo estaba cancelado, pero la aerolínea no se molestó en avisarnos (ni nosotros en confirmarlo).

Este fue el primer tropezón en un viaje que nos llevó 26 horas en total. Detalles:

1) Tuvimos que pasar todo el día jueves en el aeropuerto de Miami, porque el próximo vuelo salía a las 8 de la noche (en realidad salió a las 8:40 de la noche). O sea, pasamos 13 horas en el aeropuerto de Miami.

2) Cuando (por fin) íbamos a hacer el check-in en el escritorio de Varig, no encontraban mi reservación. Resulta que mi boleto tenía un número de United Airlines, que es afiliado de Varig pero no es Varig. Casi media hora para dar con mi reservación y emitir mi boarding pass.

3) Llegamos a São Paolo como a las 5 de la mañana. Se me olvidó la tarjeta de entrada/salida en el avión, pero por dicha me dieron otra en la casetilla de inmigración.

4) Para subirnos al vuelo de conexión entre São Paolo y Rio, nos tocó dar toda la vuelta por el aeropuerto – pasar por inmigración y volver a hacer un check-in. No sabíamos bien en qué filas ir, pero encontramos la que era y nos dieron un boarding pass.

Lo único que me gustó de esta larga espera (los trabajadores del aeropuerto no tenían prisa para naaada) es que en São Paolo, en vez de las pantallas de televisión que tienen en los EU con la información de los vuelos que entran y salen, tienen una de estas pantallas tipo persianas (quisiera saber el nombre!) que cuando cambia la información, se dan vuelta al otro lado. Los paneles eran negros con letras blancas y rojas.


En algún momento cambió toda la lista y el sonar de los panelitos dando vuelta fue muy suave y reconfortante, como de aplausos, o de naipes gigantes de madera que se barajaban. Me encantan esas cosas mecánicas en nuestro mundo de alta tecnología. Me transporté a una estación de ferrocarril del siglo diecinueve, yo en Inglaterra con mi sombrero, guantes negros, zapatos cerrados de tacón grueso y una maleta estilo cajón, y los relojes en toda la estación sincronizando mi vida con la de todos los demás, una verdadera novedad, el viaje toda una aventura.

5) Bueno, nos dieron los boarding passes y salimos tiradas a pasar por el sistema de seguridad y abordar el siguiente vuelo, cuando nos detuvo un oficial. Resulta que nos faltaba un sello en el boarding pass mostrando que ya habíamos pagado impuestos. Buro-fuckin-cracia.

6) Seguimos a un gringote que tenía el mismo problema. El suertudo pudo cortar la gran fila para que le dieran el sello. Nosotras tratamos (faltaban 10 minutos para que saliera el vuelo a Rio), pero el idiota del escritorio no nos permitió cortar la fila y de paso, todos los que estaban haciéndola reclamaron. Tuve un momento ugly American – o sea, un momento en el que padecí la alucinación de el mundo es mi club privado y que si las cosas no van de la forma esperada (eficiente, rápida, cómoda), es problema de los que deben atenderme. Muy gringa yo, me enojé en inglés: “This is fucking stupid.” Al instante me ubiqué. Mi hermana, más tranquila, se alegró de poder ir al baño antes de abordar el siguiente vuelo.

7) Milagrosamente, pasamos por seguridad rápidamente y volamos para el portón indicado. No encontramos un alma y por los cristales vimos la pista ... vacía. Una trabajadora de Varig se acercó, vio nuestros documentos y llamó por su walkie talkie. Yo pensé que estaban parando el vuelo – ahora sí, dije yo, esto es de película – pero fue para que nos dejaran pasar al próximo vuelo.

8) Llegamos, por fin, a Rio de Janeiro. En el aeropuerto compramos una tarjeta de llamadas (cartão) por $50, que supuestamente nos iba a permitir hacer un par de horas de llamadas locales e internacionales. El bendito cartão nos sirvió una vez solamente: para llamar al taxista que nos llevó.

Dos noches después – cuando quisimos usar el cartão de nuevo y una grabación en portugués nos decía que los fondos estaban agotados – María y yo llegamos a la conclusión de que en la oficina que nos vendió el cartão, apuntaron el código al “explicarnos” como usarlo. Una estafa elemental, mi querido Watson, no muy high-tech que digamos.

Y ahí murió mi decimonónico sueño de la aventura en la estación de tren inglesa: estábamos en Rio de Janeiro, Brasil, un viernes 7 de julio a las 9:30 de la mañana.

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