De la pantalla salio un daemon alucinante que concedia todos los deseos: de mis caderas la marea salada, de mis pechos unas rosas descomunales, sangre y vino, de mi vientre un sopor endurecido que me revolcaba y me dejaba llorando, durmiendo.
“Tengo la suerte de escribir tan sólo para mí y mi lector imaginario. Todo lo que escribo es para contar un cuento, pero también para decirle a ese blanco imaginario de mi afecto: Ámame. Ámame.” —Jo Wypijewsky
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