heavy
Soñaba con una fiesta en un salón enorme. Yo estaba en mi rol de simpática, de segura de mí. Por dentro temblaba. Invité a un grupo de gente mayor a bailar, y la señora que yo quería impresionar, una activista latina, me decía que luego, con ademán condescendiente. Yo bailaba swing con una amiga, pensando en el ex-novio que fue mi conexión a lo kul. Sentía su presencia porque pulsaba la música y yo me comparaba con él, competía a quién conocía esta canción primero, si él o yo, a si estaba él en esta buena fiesta como yo, o no. Por fin el grupo de gente mayor se acercaba a mí. Yo los guié al frente de la pista, pero justo en ese momento se acabó la música y se dispersó la gente. Yo me hundía por dentro – tan un-kul – cuando ví a Raúl llegar, libro en mano, a saludarme con su cara de hipócrita: Darling... Me preguntó, Have you seen him? Yo le dije que no, que me parecía que estabas enfermo, que talvez habías llegado pero te habías ido solo. Y él, con una sonrisa maliciosa: O con alguien.
Como por una ventana infinita te ví: el mar rugía, y vos ibas solo, caminando, sordo como un fantasma. Entonces pensé, no es justo que yo te espere más. Y desperté.
Qué podés darme que equivalga a la forma en que me mueve el piso no tenerte, igual como me mueve el piso verte; esta obstinación de querer que me quieras más que al aire; esta forma idiota de tomarme dos copas de vino y montarme al tren a llorar esta historia; este sentir que me valida tu presencia; de que se me va el aire; de que respiro nuevamente porque te veo temblando, avasallado por mi cuerpo hambriento; de que soy un papelillo estrujado de placer cuando me deshacen las yemas de tus dedos.
Él me dice viví la vida, dejáte querer. Con sus exigencias, me rapta y me hace partícipe de una historia muy suya, una historia de heridas abiertas y de vacíos por colmar que me suenan, pero me son ajenos. Una obstinación desmesurada que me da ganas de correr. Así me ofrece a manos llenas y yo me quedo, muy de a poquito, pataleando, dejándome. Más cínica de lo que un día fui, pero guardando un poquito de luz, por si acaso.
Y me pregunto, y me digo, esto debe ser como me sentís vos, con mi ristra de traumas y mi necesidad. Nada ligera, nada ligera.
Como por una ventana infinita te ví: el mar rugía, y vos ibas solo, caminando, sordo como un fantasma. Entonces pensé, no es justo que yo te espere más. Y desperté.
Qué podés darme que equivalga a la forma en que me mueve el piso no tenerte, igual como me mueve el piso verte; esta obstinación de querer que me quieras más que al aire; esta forma idiota de tomarme dos copas de vino y montarme al tren a llorar esta historia; este sentir que me valida tu presencia; de que se me va el aire; de que respiro nuevamente porque te veo temblando, avasallado por mi cuerpo hambriento; de que soy un papelillo estrujado de placer cuando me deshacen las yemas de tus dedos.
Él me dice viví la vida, dejáte querer. Con sus exigencias, me rapta y me hace partícipe de una historia muy suya, una historia de heridas abiertas y de vacíos por colmar que me suenan, pero me son ajenos. Una obstinación desmesurada que me da ganas de correr. Así me ofrece a manos llenas y yo me quedo, muy de a poquito, pataleando, dejándome. Más cínica de lo que un día fui, pero guardando un poquito de luz, por si acaso.
Y me pregunto, y me digo, esto debe ser como me sentís vos, con mi ristra de traumas y mi necesidad. Nada ligera, nada ligera.
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