5.22.2006

bosquejo de un mito

Lo deleita el olor de los naranjos y de sus enemigos mortales se mofa diciendo: es que tienen una naranja en la cabeza. Cree en la raza cósmica pero a los periodistas les aclara que su mujer es casi pura española (Blanquita Aráuz, telegrafista). Desde la capital despliegan dólares, aviones, artillería y las últimas técnicas contrainsurgentes. Cuando al fin se abren paso, lo que encuentran son peleles y la neblina densa de las Segovias, más pegajosa que el polen del tigüilote y (como toda la montaña), completamente muda. Los marinos yanquis salen del monte rabiando. ¿Dónde está el maldito campamento?

A él tendría que seguirlo, fantásticamente, un ratón o un mercader de boca sucia que trata de venderle contrabando de México: fantasma del ancestral cuecuentzin nahua transformado en Güegüence, ese viejo ladino que se hace el humilde pero que enredando las palabras le está sacando provecho al español desde que éste llegó a venderle (tan caro) el mestizaje. Pero el hombre (que mide apenas metro y medio) no mide sus palabras: Vengan a buscarme, dice. Yo no me vendo ni me rindo. Aquí los espero. Se lo dice a Washington, se lo dice a Managua, por carta y por telégrafo. “El calvario de las Segovias,” lo llama el dictador.

Pero el hombre no se vende. Muy pequeño vio a su madre abortar en la cárcel y eso no lo olvida. Fue por una deuda (pero él no lo cuenta). Por eso le prohíbe a sus soldados forzar a las mujeres (le aterra la sangre de mujer, pero eso tampoco lo cuenta). Lo que no sabe es que algunos en su ejército de patriotas se divierten de vez en cuando (y más veces que cuándo) revolcando alguna indita confiada. Ahí el burlado es él, General de Hombres Libres.

A los quince años presenció estupefacto el milagro que le reveló lo que ahora sabe y no puede olvidar (que está elegido para liberar a los oprimidos de América, encaminarlos al nuevo orden de la luz) – un milagro que recuerda a pesar suyo cuando siente el sudor frío que le empapa las manos y la comezón insoportable en la garganta si divisa algún fulgor intenso en la montaña, sea un relámpago, sea una luna clara, sean las municiones gruesas de sus adversarios. Es un mecánico a la cabeza de un ejército de campesinos. La estela que pensó haber visto solo en la montaña, milagro que (jamás llegó a saberlo) se llamaba Haley, cegaría de nuevo a la muchedumbre que, ya liberada en el ’86, maquinalmente gritaría el lema en una plaza de Managua: Sandino vive! La lucha sigue!

1 Comments:

At 4:16 AM, Blogger Andy said...

You can be really dark when you want to be. I like it.

 

Post a Comment

<< Home